Al igual que otras realidades de la vida, quizá nunca podremos definir qué es la música a través del lenguaje; pero sí que nos será posible investigar qué condiciones son necesarias para que exista: la obra musical en cuestión, el instrumento, el intérprete, el auditor y un ingrediente clave: una consciencia en la que puedan tomar vida estas relaciones musicales.
El fraseo revela las relaciones musicales. ¿Queda claro que cuando no hay fraseo éstas no pueden expresarse de ninguna manera?: no hay ni conciencia ni tampoco ninguna manifestación de estas relaciones musicales y, por lo tanto, no hay música. Podemos decir, pues, que existen fraseos falsos, en la medida en que no expresan las relaciones musicales propuestas por el compositor, por la obra, y que se revelan con el contacto del intérprete con todos los parámetros musicales activos en el obra y su interacción (melodía, armonía, forma, instrumentación, ritmo y métrica, dinámicas) y que ponen de manifiesto, al mismo tiempo, las diferentes prioridades musicales de los elementos escritos. A menudo ocurre que el intérprete sólo está en contacto con el parámetro de la melodía e ignora el de la armonía (este es un error tan y tan común… ) resultando una interpretación muy pobre… no hay ninguna conciencia de la estructura armónica que propone la obra musical.
El fraseo lo revela todo en música: cómo viven las relaciones musicales en el intérprete, cómo se estructura la obra, cómo evoluciona la tensión musical, la métrica, el punto culminante, (¡es vital descubrir el punto culminante de una obra!, el punto de máxima expansión, ya que éste es un punto de referencia para la estructuración de la tensión musical de toda la obra, tanto “la ida” como “la vuelta”).
¿Qué debe suceder para que dos sonidos aislados se conviertan en música? Que exista una conciencia que los relacione. ¿Cómo se expresa esta relación? Mediante un fraseo que los ponga en relación: el primero con el segundo y viceversa. Por eso, de algún modo, el segundo sonido ya vive en el primero. Sólo entonces pueden convertirse en una unidad (de cuya reducción habla la Fenomenología de la Música) y es entonces cuando esta unidad se puede aprehender por nuestra conciencia, trascenderla y quedar disponible para aprehender una nueva unidad.
Interpretar no es dejarse llevar por las emociones: uno puede hacerse mucha autoterapia emocional con un instrumento musical en sus manos, o bien dirigiendo una orquesta y un público que le escuche y le aplauda, pero eso no es buscar la realidad o la verdad de lo que está escrito en la partitura: es utilizar la partitura para expresar mi ego que se manifiesta a través de mis emociones (lo que puede tener su función positiva, pero que a mí, ahora mismo, no me interesa mucho); porque lo que suele ocurrir es que la tensión musical, tal y como está escrita en la partitura, a través de la interacción de los diferentes parámetros musicales, puede, es decir, más bien, suele no coincidir con la tensión emocional que me despierta en cada momento una obra y esto nos lleva a una interpretación falsa. No digo que las emociones no sean importantes y que la música no sea capaz de movilizarlas: mi enfoque, en este aspecto, es dirigir, canalizar, enfocar el mundo emocional hacia emociones más elevadas, expansivas, trascendentes, … manteniendo la prioridad en lo que está escrito en la partitura.
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