SOBRE EL ESTUDIO DE UNA PARTITURA
Me parece claro que la creación debe surgir bajo ningún condicionamiento, ya que de esta manera es libre. De lo contrario estaríamos hablando de un acto de reproducción donde se repite cierta información, cierta experiencia, cierto recuerdo… y siendo todo esto viejo, no deja lugar al acto de creación pura y nueva. Ésta es la condición, a mi parecer, que se requiere al estudiar una pieza por primera vez o, si ya se conoce la obra de algún modo (auditivamente, generalmente) hay que ser capaz de olvidar lo que se ha supuesto que uno sabe o recuerda de aquélla para que pueda renacer de nuevo libremente.

Estando de acuerdo todos respecto a este punto me parece también claro que el “lugar” o la “manera” mediante la cual todo esto puede darse es imaginando la pieza y recreándola en nuestra imaginación musical. Este espacio vírgen es el único territorio adecuado para que la obra musical empiece a vivir en nosotros y se manifieste toda nuestra capacidad creativa. Incluso, podemos pensar, el hecho de tocarla en un instrumento, en este momento inicial del estudio, puede restarle a la música esta potencial riqueza de la que es poseedora nuestra capacidad de representar la música en nuestro interior. Más importante aún, nunca podremos alcanzar la esencia de las relaciones musicales representadas en la partitura a través de un instrumento o de una grabación. Además, por ejemplo, un piano nunca podrá expresar los matices de una voz o los distintos ataques de un arco sobre la cuerda o el crescendo de una flauta… Todo este proceso, parece claro, pide una mayor inversión de tiempo y esfuerzo; pero diría también que los frutos que recogeremos serán infinitamente mayores.
Entonces, nos encontramos delante de una partitura; la pregunta que surge inmediatamente (al menos a mí) es: cómo se estudia una obra musical? Reconozco que mi aproximación, en la gran parte de mi experiencia, fue siempre “escuchándola en una grabación” o “tocándola al piano”. Debo decir que, antes de conocer al maestro Konrad von Abel, nunca había tratado de aproximarme a la música a través del camino descrito anteriormente. Es más, he de confesar que, cuando más adelante lo he intentado me he encontrado a mí mismo estudiando la partitura de una forma secuencial, reproductiva, es decir, empezando desde el principio e intentando que sonara en mi cabeza “a tempo” (a qué tempo? Hablaremos de esto en otra ocasión) o al tempo que me parecía que podría ser el “bueno” e ir avanzando como un reproductor fonográfico hasta que llegaba un punto en el que me era muy difícil, ya, imaginar lo representado a través de las notas. No estoy convencido de que esta sea la manera a través de la cual una obra musical llegue a vivir en mí de una manera total. Aún hoy, tengo muchas dudas (que espero aclarar a lo largo de este blog) respecto a cómo este proceso podría ser. Sí que me parece claro que el proceso de estudio o de apropiación de la obra musical debe propiciar una seguridad en el ensayo, una orientación, una máxima escucha libre, un “tener” la obra – que sea totalmente mía -, un estar en la continuidad musical, un percibir las fuerzas musicales y cómo interactúan, un “conocimiento” estructural y funcional de las distintas partes, una orientación clara, una comprensión de todos los procesos… Intuyo que este camino de aprendizaje tampoco se trata ni se puede resumir en un método: ya que en el método se pierde todo lo que el método no incluye…
Llegados a este punto, pueden surgir algunas preguntas:
Qué es lo que se registra en la memoria al estudiar una obra musical? Cómo llega ésta a integrarse como una vivencia de toda su unidad?
Qué es lo que nos guía al interpretarla? Es la memoria auditiva? Es la función de cada parte respecto al todo?
Cómo podríamos explicar la continuidad musical?
Es necesario e imprescindible ser capaz de representar con todo detalle aquello que está escrito en la partitura en nuestra imaginación? (articulaciones y ataques de cada nota, balance de los acordes, … ya que si de lo que nos apropiamos son las relaciones musicales, su esencia, y estamos en cada momento en la continuidad musical, donde en cada instante están contenidos todos los otros instantes – el principio está en el fin – es necesario imaginar cada nota individual o ser capaz de percibir si todo lo que suena está al servicio de estas relaciones?
Resulta una buena orientación en el estudio el hecho de buscar en la partitura aquello que sabemos que nos puede ayudar a guiarnos, como por ejemplo: qué voz es la principal, hasta dónde llega la frase, cómo se articula la pieza …?
Qué diferencia hay entre aprender la pieza y acumular aprendizaje sobre la pieza?
Quizá tendríamos que investigar juntos cómo la música se representa o se manifiesta o vive en nuestra consciencia para poder aproximarnos a entender cómo, entonces, deberíamos abordar el estudio de una obra musical. Hay, para mí, en mi caso, una fuerza grande que guía la interpretación musical que es el recuerdo o la memoria auditiva. A través de ésta sé “lo que tiene que venir”, cómo continúa la pieza de una manera más o menos lineal. Veo aquí un problema peligroso: lo que sucede cuando el oído o recuerdo auditivo se transforma en una “versión” de la pieza respecto a la que se está comparando lo que suena, lo que oímos (la interpretación de la pieza) y se va corrigiendo aquello que no “cuadra” o no se corresponde con nuestra versión. Y, aunque es verdad que parece que la interpretación y el ensayo tenga que ser esto, diría que es una de las peores maneras de hacer música, porque resta libertad de escucha: es posible estar escuchando libre y completamente si nuestra atención está parcialmente ocupada en comparar la realidad de lo que está sucediendo con una idea, con un recuerdo? A su vez, tener una “versión” (mi versión) de la obra musical supone un empobrecimiento absoluto al suponer que yo tengo un producto acabado que, como tal, nunca podrá ser enriquecido, redescubierto, profundizado… lo que quizá me prive de llegar a replantearme aspectos de la pieza que yo había fijado y que eran totalmente falsos o no correspondientes con las relaciones musicales que vivió el compositor.
BELLEZA, PLACER, GOCE ESTÉTICO, … MÚSICA
La búsqueda del placer o del goce estético; perseguir la belleza a través del arte … Como decía Celibidache: “La esencia de la música no es la belleza, sino la verdad. La belleza es el cebo para que nos ocupemos de ella”. Creo que esta reveladora frase es a la vez un punto de partida y de llegada para comprender qué es (o puede ser) el arte y cómo uno mismo puede (o no) posicionarse delante de la música.
Creo que la primera gran tentación, aunque pareciera la más lógica, sería intentar responder a la pregunta que, a su vez, podría ser la respuesta a todo: ¿qué es la música? Esta cuestión, al igual que otras de mismo calado: ¿qué es la vida?, ¿qué es el amor?, se puede responder de la manera más simple (una ordenación de sonidos… bla bla bla…) o compleja posible pero, aun así, nunca seremos capaces de dar con la respuesta definitiva, concreta, final… ya que (especulo) el pensamiento nunca podrá abarcar, definir y articular una experiencia tan inmensa como la vida, la música, el amor a través de las palabras…
Lo que sí creo que sería posible es entrever aquello que podemos llegar a conseguir y que puede ser posible a través de la música: vivir la unidad (de una obra, de una frase musical,…), trascender (los sonidos, las ideas, …), comunicar (aquello inefable, aquello grandioso y sublime, …), conocerse, mejorarse, perfeccionarse, compartir, crear, estar al servicio de algo infinitamente más extenso que nosotros mismos, estar en comunión… Y, siendo así, me parece una lástima que, a través de “algo” que puede ser tan trascendental, verdadero, … nos quedemos en el mero y egocentrado propósito de encontrar el placer, el
goce estético o, incluso, la belleza, en la música. Incluso pongo en duda la aproximación a la música a través de posicionamientos tales como: “es el arte de expresar sentimientos”… No digo que no tengamos que vivir nuestros sentimientos, o nuestra afectividad, y que la música no tenga esta propiedad o posibilidad; pero utilizar “algo” tan excelso, tan universal, como la música y ponerla al servicio de nuestros pequeños sentimientos me parece una apropiación que solo puede causar un ego cada vez más insoportable.
LA INTERPRETACIÓN
Quizá podemos estar de acuerdo en que hay “algo” que se manifiesta en el compositor de una manera viva: la obra musical; algo que, a su vez, es capaz de trascenderse a sí misma, a aquello que ha sido creado: trascender una mera ordenación de sonidos (y por trascender, que cada uno entienda lo que quiera: inspirar, comunicarse con lo trascendente, reunir a cientos o a miles de personas con un propósito común o, simplemente, ponernos en contacto con o experimentar nuestra capacidad creativa – aquello que distintas filosofías o religiones nos dicen que es aquello que compartimos a imagen y semejanza de la divinidad). Sea lo que sea, creo que una parte importante de todo esto es el cómo nos posicionamos como intérpretes delante de esta realidad indiscutible (postura interior que marca ya un punto de partida: desde el ponerse al servicio de la música hasta compensar mi falta de amor propio a través de la idolatración de mi figura).
Lo que sí creo que comparten todas estas “maneras” de hacer música es que partimos de una realidad a la que hay que dar vida, una realidad que ya ha existido con anterioridad, y la manera más honesta, me parece a mí, que podemos adoptar es la de acercarnos tanto como sea posible a cómo esta realidad vivió por vez primera y se manifestó en su creación y en su creador. Además, encuentro fascinante que la obra musical posea esta doble capacidad, podríamos decir, “vital”: por una parte se encuentra en estado latente, esperando a ser revivida tal como fue en su origen; y por otra parte nos posibilita el hecho de encontrarnos a nosotros mismos en ella, de descubrirnos a nosotros mismos, de hacer vivir cosas en mí que creía ocultas, muertas, enterradas, … Y ante este, podría decir, milagro, pienso que uno sólo puede acercarse desde la humildad, la honestidad, el respeto, …
Quizá podremos descubrir, si profundizamos en la manera en que nuestra consciencia abarca la realidad que se presenta ante ella a través de los sentidos, de su imaginación o de sus percepciones interiores, que ella (nuestra consciencia) tiene una capacidad ontológica (propia en su naturaleza) que le permite comprender y percibir la multiplicidad de estímulos (formas, palabras, sonidos, pensamientos, ideas, …) que se manifiestan ante sí: y esta capacidad es la de reducir, la de unificar, la de relacionar los distintos “inputs” percibidos en unidades. Una unidad: “algo” completo, integrado y relacionado que permite a nuestra consciencia “hacerse con” aquella realidad y, a su vez, liberarse de ella para poder quedar disponible para abarcar otra realidad o fenómeno que se presenta ante ella.
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